EL DORADO ESCUCHADO EN QUITO
Fray
Pedro Simón habla de la fidelidad y la codicia, inseparablemente contrarias la
una de la otra. El Dorado como lugar utópico en donde no se codicia ni toca el
oro y se mantiene la fidelidad divina, y el Dorado como posibilidad de
acumulación y fidelidad a la riqueza; como proyección y como botín; la edad de
oro cristiana y la sociedad conquistadora; la abundancia sin lucro y el amor al
dinero; los valores éticos judeocristianos y las valores de la moral
capitalista. Dentro de toda la extraordinaria y compleja variedad de personas,
sueños, deseos y miradas que llegaron a construir el Nuevo Mundo, es difícil
esquematizar las posiciones, intereses, proyectos, ambigüedades y significados
respecto a los relatos de un país lleno de oro. Independientemente de los
significados del oro para los indios, por un lado, los sacerdotes, obispos y
frailes veían en la posibilidad de un mundo dorado re-distributivo el eterno
retorno al Jardín, al mismo tiempo en que las campañas doctrineros perseguían y
exterminaban la idolatría primitiva de los indios asociada al oro. Por otro
lado, los conquistadores y soldados se encontraban animando el territorio con
tesoros, encantos y maravillas escondidas y, a la vez, justificando su propia
codicia económica. El Dorado de Guatavita, propiamente como un hombre cubierto
de oro, es concebido en Quito en 1541. Aparece por primera vez en el relato del
cronista laico, Gonzalo Fernández de Oviedo (1548). Un madrileño que había
escrito libros de caballería, batallas y cortes españolas, y que es nombrado en
1532 "Cronista de las Indias", un cargo honorifico, que le otorgaba
legitimidad y credibilidad para escribir la "Historia General y Natural de
las Indias", a partir de la recolección de los cuadernos de viaje y de los
testimonios de capitanes y soldados españoles que se encontraban en las costas
y Antillas americanas o en España, y que habían emprendido las expediciones por
el interior del continente. “Pregunté a los españoles que han estado en Quito y
que han venido aquí, a Santo Domingo... por qué llaman a aquel príncipe, el
Jefe o Rey de Oro”. Me dicen que lo que ellos han oído de los indios es que
este gran señor o príncipe anda continuamente cubierto de polvo de oro tan fino
como la sal de la tierra. El considera que sería menos bello llevar cualquier
otro adorno. Seria cruel y vulgar ponerse armaduras incrustadas o troqueladas con oro, ya que otros señores
ricos las llevan cuando lo desean. Pero
espolvorearse con oro es algo exótico, inusual, nuevo y más caro, ya que
al lavarse cada noche se quita lo que se ha puesto por la mañana, de modo que
lo desecha y pierde, y esto lo hace
cada día del año. Con esta costumbre, yendo cubierto de esta manera, no tiene
ningún obstáculo ni impedimento. Las elegantes proporciones de su cuerpo y su forma natural, de la que se
enorgullece, no están cubiertas ni ensombrecidas, porque no lleva vestimenta de ningún tipo
sobre él!... Preferiría tener los restos que
hay en la habitación de este príncipe a las grandes fundiciones de oro
que ha habido en Perú o las que pudiera haber en cualquier otra parte de la Tierra.
Pues los indios dicen que este príncipe o rey es un señor muy rico y grande. Cada
mañana se embadurna con una resina que pega muy bien. El oro en polvo se
adhiere a esta goma... hasta que todo su cuerpo está cubierto desde las plantas
de sus pies hasta su cabeza. Aparece tan resplandeciente como un objeto de oro
trabajado por las manos de un gran artista. Yo creo que si este príncipe hace
esto debe tener ricas minas de oro de gran calidad.
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