El dorado de Guatavita en sus
apariciones a través de los relatos de las Crónicas de Indias de los siglos XVI
y XVII, los documentos de archivo, los viajeros del siglo XIX, las mono-grafías locales y las ciencias sociales. Cada uno de ellos, ha contribuido a su
creación como mito (a la creación occidental de su mito), no en tanto opuesto
de la realidad, sino en cuanto forma ideal y eterna en que se ve reflejada y proyectada la
sociedad que lo recrea. A través de los relatos iremos analizando las formas en
que aparece, los elementos que se le van sumando, las versiones que se van
juntando, los deseos que se van desplegando, las contradictorias y distintas
miradas que confluyen bajo un mismo nombre y en un solo lugar. Desde antes de
la "aparición" de El Dorado de Guatavita, incluso desde antes de la
“llegada" al Nuevo Mundo, existía la idea de un "mundo dorado".
En las mentes de quienes lo describirían, cronistas, soldados, frailes y
sacerdotes, El Dorado, más que imagen, era un tiempo y un lugar, una utopía: “La
Edad de Oro", que intentaremos evocar para hallar los significados que se
desplegaron cuando emergió y floreció en América. En torno a recreaciones de
escenas perfectas, ideales, idílicas, sofiadas, utópicas y doradas giran los
significados de El Dorado en Guatavita; desde la tradición griega clásica, el
Cristianismo, la ciencia moderna y el capitalismo, nos desplazaremos para
mostrar las múltiples facetas, implicaciones y sufijos que representa y de los
cuales es depositaria esta laguna. Una primera imagen dorada apareció en el
siglo VIII. Hesíodo narra la "Edad de Oro" griega clásica como un
tiempo en el que los mortales vivían en el Olimpo, todo era de oro, los frutos
germinaban de la tierra, mientras ellos en sus ratos de ocio cosechaban con
gran abundancia los fértiles campos. Los hombres no necesitaban trabajar y
reinaba la abundancia; pero de pronto sobrevino el derrumbó, el caos, la caída
del imperio Romano y la expulsión del Olimpo. Una segunda Edad de Oro se
manifiesta con el Jardín del Edén, el Paraíso de la tradición judeocristiana,
en el que regían la inocencia, la abundancia, y la fertilidad. Había un
manantial cristalino, "arboles deleitables a la vista y buenos para
comer", un río regaba el Jardín y se dividía en cuatro brazos, uno de los
cuales rodeaba un país donde había oro fino. Pero llega también la caída, la
desobediencia de Adán y Eva, el miedo, la expulsión, la necesidad de labrar el
suelo y la fatiga propia del trabajo. La Edad de Oro se constituye así como la
proyección de una sociedad tan perfecta como imposible, donde habitan los
hombres en un estado puro, ideal, ingenuo, candoroso, simple, humilde y
respetuoso del manejo de las riquezas y la abundancia. Un estado previo a la
aparición del desvío que trae consigo la soberbia, la codicia, el apetito, el
deseo, la voracidad, las ganas, el ansia, la avaricia y la ambición. Un paraíso
que sin embargo no aparece sin infierno, una “Edad” que no puede estar
desligada de su pérdida, y expulsión, un sueño dorado que siempre busca ser restablecido Ubicado en la etapa anterior a la aparición de la caída y la
condena, la tradición cristiana anhela un mundo dorado, como un Jardín edénico
donde habitan los sueños de una sociedad que desea, busca y proyecta un hombre
perfecto que aunque inalcanzable, contiene la posibilidad de un mundo en donde
la abundancia no sea para codiciar, sino para ofrecer, brindar, consagrar,
celebrar, devolver e integrar. Las narrativas sobre el Nuevo Mundo son también
descripciones de la caída y de la búsqueda para el restablecimiento del Jardín.
El sueño dorado florece en América proyectando el deseo de Occidente de un
lugar donde sea posible reencontrar o construir un nuevo Edén. América es la
aparición de un mundo colmado con las posibilidades de hallar países dorados,
que de inmediato se reactivaron y resurgieron en las mentes europeas.
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