EL CACIQUE GUATAVITA, LA CACICA Y EL DRAGONCILLO




Sucedió que en aquella edad que entre las mujeres  que tenía, estaba una de tan buenas partes en sangre y hermosura, que así como excedía a las demás también las excedía la estimación que hacía ella tuvo el Guatavita. Lo cual no advirtiendo la Cacica como debiera, hizole traición con uno de los caballeros de los de la corte y en tan secreto que no llegara a los oídos del marido. El cual puso tan buenas diligencias en haber a las manos del adulterio, que presto le cayó en ellas, y desde ellas en aquel tormento de muerte que usaban en tales casos como era empalarlos, habiéndole primero hecho las partes de la impunidad, con las cuales quiso castigar a la mujer sin otro castigo que dárselas a comer guisadas en los comestrajes que ellos usaban en sus fiestas, que se hizo por ventura para el propósito en público, por serlo ya tanto el delito.

De que fueran tan grandes los sentimientos de la mujer, que no hubieran sido mayores si hubiera pasado por la pena del agresor; a la que se añadieron otras no menores, cantando el delito los indios en sus borracheras y corros, no solo en el cercado y casa del Cacique a la vista y oídos de la mujer, sino de todos los vasallos, ordenando así el Guatavita para escarmiento de las demás mujeres y castigo de la adúltera.

El cual fueron  creciendo tanto los sentimientos de estas fiestas amargas para ella, que por huir de ellas trato de huir de esta vida con desesperación, para entrar en mayores tormentos en la otra. Y así un día en que hallo la ocasión que deseaba, se salio del cercado y casa de su marido a deshoras con el mayor secreto que pudo, sin llevar consigo mas que a una muchacha que llevaba cargada una hija que había parido poco de su marido, el Cacique, y caminando a la laguna apenas hubo llegado cuando, por no ser sentida de los jeques que estaban a la redonda en sus chozuelas, arrojó a la niña al agua y ella tras ella, donde se ahogaron y fueron a pique, sin poder remediar los Mohanes que salieron de sus cabañas al golpe que oyeron en el agua, aunque conocieron luego por ser de día  quien era la que se había ahogado. Y así viendo no tenía aquello remedio,partió uno de ellos a mayor correr a dar aviso al Cacique del desgraciado suceso. El cual partiendo al mismo paso para la laguna con ansias mortales, por no haberse persuadido que los sentimientos  hubiesen traído a tal estado a su mujer que hiciese aquello y por la desgracia de su hija, luego que llegó y no las vio, por haberse ya sumido los cuerpos que pretendía sacar si estuviesen sobre aguados, mandó a uno, el mayor hechicero de los Jeques que hiciese como sacase a su mujer e hija de aquel lago.

El Jeque trató luego con sus vanas ceremonias y supersticiones de poner por obra  lo que se le ordenaba, para lo cual mandó luego encender lumbre  a la legua del agua y poner en las brasas unos guijarros pelados, hasta que quedaran  como las demás brasas y estándolo ya y él desnudo,  echolos en el agua y él tras ellos, zambulléndose sin salir de ella por un buen espacio, como lo hace un buen nadador o buzo como él era, hasta que salió solo como entro, diciendo que había hallado a la Cacica viva y que estaba en unas casas y cercado mejor que el que dejaba en Guatavita, y tenía el dragoncillo en las faldas; estando allí con tanto gusto que aunque le había dicho por parte de su marido el que tendría en que saliera y que ya no tratara mas del caso pasado, no estaba de ese parecer, pues ya había hallado descanso de sus trabajos a que no quería volver, pues él había sido causa de que lo dejasen ella y su hija, a lo cual la criaría allí donde estaba para que la tuviese compañía.

SIMÓN, 1625 [1981]: 324-5 del tomo 3 noticia, Capitulo II Subr. del autor.



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