VISIÓN DE JUAN DE CASTELLANOS DE LA LAGUNA


Entre 1570 y 1580, en una época en la que El Dorado era el anzuelo de múltiples y sucesivas exploraciones por el continente americano, el Padre Juan Castellanos, aparece reconstruyendo y recreando su imagen. De Castellanos se sabe llego a América como soldado de caballería, se hizo clérigo en Cartagena y luego fue nombrado vicario en Tunja, donde residió 45 años y escribió a modo de poesía épica sus "Elegías de Varones Ilustres de Indias"; allí denuncia las "patrañas" sobre la ubicación del Dorado, "cada cual lo pone donde se le antoja". Su versión seria esclarecedora y según él "la más cierta", pues afirmaba que se encontraba verdaderamente en el  Nuevo Reino de Granada, en "la tierra rasa", hoy el altiplano oriental colombiano, lugar que de hecho describía como edénico, un "oasis entre montañas", una "tierra prometida" para los españoles que ascendieron y venían sufriendo desde Santa Marta;  Su "verdadero Dorado" aparece publicado en 1601, y se convierte en el comienzo de una versión ampliamente difundida que valido y legitimo las noticias de un indio vecino de Bogotá, quien hablo de un rey ungido de oro, por primera vez en "balsas" ondeando una "piscina", y ofreciendo allí "joyas de oro" y "esmeraldas finas".


  “Benalcázar inquiría
 un indio forastero peregrino
que en la ciudad de Quito residía
y de Bogotá dijo ser vecino,
allí venido no sé porque vía
el cual hablo con él, y certifica
ser tierra de esmeraldas y oro rica.
Y entre las cosas que les encaminan
dijo que cierto rey, que, sin vestido,
en balsas iba por una piscina
a hacer oblación según él vino
ungido todo bien de trementina,
y encima cantidad de oro molido
desde los bajos pies hasta el frente,
como rayo de sol resplandeciente.
Dijo más las venidas ser confinas
allí para hacer ofrecimientos
de joyas de oro y esmeraldas finas
con otras piezas de sus ornamentos,
y afirmando ser cosas fidedignas
los soldados alegres y contentos
entonces le pusieron el Dorado
por infinitas vías derramado
Mas é dentro de Bogotá lo puso
o término quel nuevo reino baja,
pero ya no lo pintan tan incluso
en el que su distancia lo recoja,
antes por su vanidad de nuestro uso
lo finge cada cual do se le antoja
y en cuanto se descubre, come y anda
se lleva el dorado la demanda.
Aquí pues damos razón abierta
de do le vino pica a la castaña,
lo cual os vendo por cosa cierta,
y lo demás que dicen es patraña.

Al parecer, luego de las "Elegías" de Castellanos se escribieron otras versiones sobre El Dorado que contribuirían a su construcción; no obstante, éstas no se publicaron al ser rechazadas por la censura eclesiástica; tal es el caso de la versión de Pedro Aguado, de la cual, así como los españoles buscaban el dorado, algunos científicos sociales especiados en el Dorado se han obsesionado en buscarla en los archivos históricos. Pero entre las que si se conocen, aparece la de Antonio de Herrera en sus "Décadas". Allí se aumenta la versión de Cieza de León y de Castellanos, sumándole "el hecho" de que el indio que estaba en Quito y hablo de El Dorado, se encontraba allí como "mensajero de Cundinamarca", en búsqueda de la ayuda del inca Atahualpa. Según esta interpretación, se trataba de un indio, que luego de doce días de camino, había sido capturado por el capitán Luis Daza para que le describiera e indicara a Benalcázar el lugar exacto de las riquezas.

 "En Tucunga tomo Luis Daza un indio extranjero, que dijo ser de una gran provincia,
llamada Cundirumurca, sujeta a un poderoso señor que tuvo los años pasados una gran
batalla con ciertos vecinos suyos muy valientes llamados los ghicas, que por haberle
puesto en mucho aprieto había enviado a este y con otros mensajeros a pedir ayuda a
Atahualpa, al tiempo que andaba en la guerra con Guascar, y que había respondido que
lo haría en desembarrándose de ella, y que en cuanto anduviesen con él, y que de todos
sus compañeros solo este escapo en Caxamalca, y se había ido al Quito con Yrruminavi,
y preguntándole diversas cosas de su tierra, decía la mucha riqueza de oro que en ella
había y otras grandezas que han sido causa de haber muchos emprendido aquel descubrimiento del Dorado [...] Sebastián de Benalcázar, oída la relación del indio, ordeno a
Pedro de Añasco que con 40 caballos y otros tanto infantes fuesen con él a descubrir su
tierra, que afirmaba estar a doce jornadas y no más y con gran deseo de aquella riqueza, pasaron por Guallabamba y caminaron entre los pueblos de los Quillacingas, y
atravesaron por ásperos caminos y montes cerrados y adversos, y no hallaron nada de
lo que buscaban. [...Luego] intento otros descubrimientos porque no parecía cosa conveniente que dejasen de reconocer todas las tierras de sus confines y penetrarla hasta
topar con el fin de ella.

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